El Trauma por Abuso de Conciencia
- Oscar Joe Rivas
- Apr 14
- 28 min read
Abuso, Trauma, Iglesia y Recuperación.

Esta publicación es parte del Seminario Compassion: abuso, trauma, Iglesia y Recuperación, un programa de prevención, detección y tratamiento del abuso de conciencia dentro de las Iglesias.
Introducción
El “Trauma por Abuso de Conciencia” es una propuesta conceptual que describe las secuelas psicológicas y espirituales derivadas de formas severas de manipulación doctrinal y abuso en contextos religiosos o ideológicos. Este tipo de trauma complejo suele originarse en experiencias crónicas de abuso emocional, espiritual e incluso físico/sexual por parte de figuras de autoridad religiosa. A diferencia del trastorno por estrés postraumático (TEPT) típico, que surge tras un evento catastrófico único, el trauma por abuso de conciencia es consecuencia de experiencias prolongadas que desafían las creencias e identidad fundamentales de la persona, a menudo desde la infancia
Este fenómeno se ha intentado tipificar con el trauma religioso o síndrome de trauma religioso, ya que implica el daño causado “en nombre de” la religión o la ideología, minando la autonomía personal y alterando profundamente la percepción del self (el yo) y del mundo
Sin embargo, el termino trauma religioso, puede no ser adecuado puesto que no toda experiencia religiosa o religión, es traumática, el cual ha sido un gran sesgo de estos conceptos,
A continuación, se explora este concepto basándose en la literatura sobre trauma complejo, describiendo sus principales características clínicas, las poblaciones vulnerables afectadas, las diferencias diagnósticas con categorías reconocidas (DSM-5, CIE-11) y las estrategias de tratamiento para la recuperación integral del individuo.
El trauma es una herida neurobiológica principalmente, no psicológica, provocada por experiencias que sobrepasan la capacidad de afrontamiento de una persona, especialmente cuando estas experiencias son intensas, repetitivas o prolongadas.
En el contexto del desarrollo infantil, el trauma puede tener efectos profundos y duraderos en el cerebro y el comportamiento.
Fundamento Neurobiológico del Trauma
Desde una perspectiva neurobiológica, el trauma impacta áreas clave del cerebro encargadas de la regulación emocional, la memoria y la respuesta al estrés. La amígdala, que se encarga de procesar las emociones; el hipocampo, que consolida la memoria; y la corteza prefrontal, que regula las funciones ejecutivas, pueden verse afectadas por experiencias traumáticas. Estos cambios pueden resultar en una hipersensibilidad al estrés, dificultades en la regulación emocional y problemas cognitivos.
Trauma del Desarrollo en Niños
El trauma del desarrollo se refiere a la exposición continua a experiencias adversas durante la infancia, como el abuso, la negligencia o la violencia doméstica. Estas experiencias pueden interrumpir el desarrollo normal del cerebro y del sistema nervioso, afectando la capacidad del niño para establecer relaciones seguras, regular sus emociones y desarrollar una autoestima saludable. A largo plazo, esto puede llevar a trastornos del estado de ánimo, dificultades de aprendizaje y problemas de comportamiento.
Abuso de Conciencia en la Infancia
El abuso de conciencia en la infancia, especialmente en contextos religiosos o autoritarios, puede tener efectos similares al trauma del desarrollo. Este tipo de abuso implica la manipulación de las creencias y valores del niño, socavando su sentido de identidad y autonomía. Cuando se repite, puede llevar a la internalización de la culpa, la vergüenza y el miedo, afectando profundamente la salud mental y emocional del individuo.
Trauma Complejo
El trauma complejo se refiere a la exposición a múltiples eventos traumáticos, a menudo de naturaleza interpersonal y prolongada en el tiempo. Este tipo de trauma puede resultar en una amplia gama de síntomas, incluyendo disociación, dificultades en las relaciones interpersonales y problemas de regulación emocional. Cuando el abuso de conciencia es repetitivo o se encuentra en un sistema religioso, puede tener efectos similares al trauma complejo, ya que perpetúa un ambiente de control y manipulación que impide el desarrollo de una identidad autónoma y saludable.
El concepto de “trauma por abuso de conciencia” se fundamenta en esta perspectiva del trauma complejo y del desarrollo si se ejerció desde la infancia.
Se entiende como una forma específica de trauma complejo en la que el daño traumático proviene de la manipulación sistemática de la conciencia, creencias y sentido moral del individuo, a menudo iniciada durante la infancia o adolescencia en contextos de alto control ideológico (familias ultrarreligiosas, sectas, internados religiosos, iglesias de cualquier denominación con sistemas rigidos traumatizantes etc.). Al igual que el trauma del desarrollo, implica exposición repetida y prolongada a abuso psicológico y/o físico, pero centrado en el ámbito espiritual y moral.
Las víctimas típicamente son niños, niñas o jóvenes que sufren adoctrinamiento coercitivo, culpabilización extrema, amenaza de castigos divinos o espirituales, y/o abusos por parte de figuras que representaban la autoridad moral (sacerdotes, pastores, líderes de secta, maestros religiosos, monjas o frailes).
Este patrón crónico de abuso erosiona el sentido de seguridad básico y de identidad personal, configurando un trastorno traumático complejo donde coexisten síntomas emocionales (ansiedad, depresión, miedo), cognitivos (confusión, indecisión, creencias negativas sobre sí mismo) y somáticos (hipervigilancia, disociación), junto con profundas alteraciones en la espiritualidad y la conciencia moral de la persona. Todos pudiendo crear alteraciones neurobiológicas (trauma) en el cerebro de la persona.
El trauma por abuso de conciencia puede considerarse una manifestación particular del trauma complejo/desarrollo, caracterizada por el daño a la conciencia e identidad mediante la explotación de creencias y vínculos sagrados.
Daño a la Identidad por Manipulación Doctrinal y Abuso de Conciencia
Una de las características principales del trauma por abuso de conciencia es el daño causado a la conciencia moral y a la identidad personal mediante la manipulación doctrinal. En situaciones de abuso espiritual, los agresores (líderes religiosos, gurús, etc.) emplean la autoridad y las enseñanzas doctrinales de manera coercitiva o manipuladora para dominar a la víctima, minando su autonomía e integridad personal. Este tipo de abuso, conocido como abuso espiritual, es engañoso: a menudo se presenta como una guía religiosa legítima (por ejemplo, "disciplina" o "corrección" fraterna o espiritual), pero sus efectos son profundamente perjudiciales.
La persona abusada adopta la idea de que obedecer ciegamente al líder o doctrina es lo moralmente aceptable o correcto, mientras que dudar o pensar de manera independiente se considera una falta grave, pecado, indisciplina o falta de caracter, "voluntad", entrega, dudas de vocación, "tibieza de fe", etc.
Esto suele ir acompañado de un refuerzo social del núcleo abusivo, donde el abuso de conciencia crea un entorno social que perpetúa su sistema de abuso. Quien llega al nuevo núcleo social es adoctrinado en este sistema, de manera que no es el "abusador" quien refuerza las ideas, sino los compañeros o miembros del entorno. Son ellos quienes transmiten mensajes como "eres un tibio", "si no obedeces al Padre (figura de abuso) te condenarás", "esto es el demonio, es una trampa, es una tentación, es una debilidad mundana, es el Mundo quien te quiere jalar".
El abuso de conciencia es difícil de identificar porque el abusador puede ser un sistema social completo que ha sido creado y mantenido, lo que hace que la persona sienta que "solo ella está mal" o "solo tú tienes estas dudas", etc.
Es crucial destacar que aquellos que sostienen el sistema de abuso social también son víctimas y probablemente enfrentan las mismas luchas y dudas. Sin embargo, una forma de enfrentarlas es crear y fortalecer dicho sistema, lo que da la falsa impresión de que es lo correcto, alentando a otros en la fe, sirviendo como ejemplo, y ganando almas o vocaciones para Dios.
De este modo, la voluntad y el juicio personales quedan anulados, provocando una dependencia psicológica extrema e interfiriendo en la conciencia del individuo, hasta casi anularla, generando así una persona sin identidad, sin conciencia y vacía. Este vaciamiento no es, desde luego, un principio de espiritualidad, sino un principio de abuso espiritual que crea un Trauma Psicológico Complejo e incluso disociativo en la persona. Por lo tanto, al existir un resultado negativo, desde la espiritualidad no debe verse como algo positivo.
Algunas tácticas de manipulación de conciencia documentadas incluyen:
Distorsión de doctrinas para el control: el abusador, al sufrir una distorsión disociativa de la realidad, manipula textos sagrados o normas morales para justificar sus demandas y comportamientos abusivos, presentándolos como “mandatos divinos” incuestionables. Por ejemplo, puede exigir obediencia absoluta argumentando que es esencial para la salvación o la “verdad”. Esto pone al sobreviviente en un dilema donde desobedecer al líder sería equivalente a traicionar a Dios o a sus principios más sagrados.
Inducción de miedo, culpa y vergüenza: es habitual el uso de amenazas de castigos sobrenaturales, como la condenación o el castigo divino, o la expulsión de la comunidad de fe si la persona no se somete completamente. Se exageran los conceptos de pecado, culpa, tibieza de fe, tentaciones del mal, falta de conversión o falta de voluntad y carácter, llevando al individuo a sentirse constantemente "sucio" o indigno. Esto genera una vergüenza tóxica y destruye su autoestima. Las doctrinas rígidas centradas en el pecado y el castigo crean un ambiente de miedo y vergüenza, limitando la capacidad del individuo para desarrollar una identidad y autonomía saludables.
Aislamiento y control del entorno: el manipulador de conciencia tiende a limitar las fuentes de información y las relaciones del adepto. Se desaconseja cualquier contacto con ideas externas "mundanas" o personas ajenas al grupo o a la familia biológica, creando un aislamiento social que refuerza la dependencia del líder.
La víctima pierde puntos de referencia externos y queda atrapada en la realidad impuesta por el manipulador, lo que dificulta percibir la manipulación.
Explotación de la obediencia y la devoción: en estos contextos, la lealtad y el sacrificio personal son exaltados como las máximas virtudes. Los líderes pueden aprovecharse de los seguidores solicitando sumisión absoluta, trabajo sin remuneración, dinero o incluso acciones que atenten contra su integridad (por ejemplo, aceptar abusos sexuales como “voluntad divina”). Todo esto se justifica bajo la idea de que es por un bien superior o un propósito sagrado.
Las repercusiones de esta prolongada manipulación doctrinal son devastadoras para la psique y la identidad. La persona acaba desconectada de su voz interior y de su capacidad de elección autónoma – su conciencia es ”secuestrada” por las creencias impuestas. Estudios clínicos indican que las víctimas de abuso espiritual a menudo muestran síntomas de TEPT (flashbacks, hipervigilancia, insomnio), depresión, ansiedad y problemas de autoestima.
Además, la manipulación constante erosiona significativamente la autoimagen y el sentido de identidad, pudiendo llevar a una profunda crisis de identidad personal y espiritual.
El individuo puede llegar a no saber quién es realmente fuera del grupo o doctrina abusiva, sintiéndose vacío, perdido o fragmentado. En muchos casos, describe haber vivido “con el piloto automático”, bajo la voluntad de otro, experimentando serias dificultades posteriormente para tomar decisiones por sí mismo o confiar en sus propios juicios.
Este daño identitario se agrava porque la víctima a menudo ha sido forzada a actuar en contra de sus valores personales (por ejemplo, repudiar a familiares “inconversos, paganos, herejes, mundanos, etc ”, tolerar abusos “por obediencia a Dios”), lo que genera conflictos internos y autodesprecio.
En resumen, el abuso de conciencia a través de la manipulación doctrinal atenta contra la integridad psicológica más profunda de la persona.
El agresor consigue que la víctima cuestione su propia percepción de la realidad y su brújula moral, para sustituirlas por las del sistema abusivo. Esto representa una forma de violencia psicológica extrema, similar al lavado de cerebro, cuyas consecuencias incluyen despersonalización, un sentimiento crónico de culpa/indignidad, sumisión patológica, y en ocasiones identificación con el perpetrador (el individuo adopta las creencias del abusador para sobrevivir, aunque le causen dolor).
Este proceso ha sido descrito como una “muerte de la mente” o asesinato del alma, ya que suprime la conciencia individual. Por esta razón, el trauma por abuso de conciencia no solo afecta el bienestar mental, sino que también hiere profundamente la esencia de la persona y su capacidad de autodeterminación.
Alteración de Creencias Religiosas y Crisis de Fe.
Dado que el trauma por abuso de conciencia ocurre en contextos religiosos o ideológicos, una de sus manifestaciones más significativas es la distorsión y colapso del sistema de creencias de la víctima.
Tras haber sido sometida a enseñanzas dañinas o hipócritas, o haber sufrido abusos por representantes de la fe, la persona a menudo experimenta una profunda crisis de fe.
Aquellas creencias que antes le daban sentido y consuelo se vuelven ahora fuente de dolor, confusión y rechazo. En la literatura clínica se reporta que las víctimas pueden desarrollar un “daño espiritual” específico, distinto a otros efectos del trauma.
Este daño espiritual se refleja en: pérdida de la confianza en la religión, la institución y la deidad, y un marcado debilitamiento de la fe que antes profesaban.
Investigaciones con sobrevivientes de abuso eclesiástico han hallado, por ejemplo, que comparados con otras víctimas, éstos muestran mucho menor confianza en el clero, en la Iglesia y en Dios después del abuso.
Es común que surja un sentimiento de traición: se sienten traicionados por líderes espirituales en quienes confiaban ciegamente e incluso por la propia divinidad, al no haberlos “protegido” del abuso. Esta sensación de traición y colapso de creencias puede llevar a la desconversión o abandono total de la religión que antes seguían.
Muchos sobrevivientes terminan alejándose por completo de prácticas religiosas: dejan de asistir a ceremonias, evitan la lectura de textos sagrados y rechazan cualquier símbolo o ritual que les recuerde la experiencia traumática.
Este fenómeno de evitación de lo religioso ha sido documentado como parte del síndrome de trauma religioso: la persona puede experimentar ansiedad intensa, pánico o ira al exponerse a iglesias, rezos, imágenes religiosas u otras cosas que le disparan los recuerdos del abuso.
La religión, que antes podía ser fuente de consuelo, se convierte en desencadenante de estrés traumático y por ello el individuo la rehuye para protegerse.
Es importante destacar que esta crisis de fe no implica mera pérdida de creencias, sino un proceso profundamente doloroso y desorientador.
La fe a menudo constituía un pilar identitario y comunitario; al derrumbarse, el sobreviviente describe sentirse sin rumbo ni significado. Petersen (2023) señala que cuando la fe central de alguien se quiebra de esta manera, “el impacto puede ser profundamente desorientador y doloroso”, afectando cómo la persona se percibe a sí misma, se relaciona con otros y se proyecta en el mundo
Muchos enfrentan una etapa de vacío existencial y preguntas angustiosas: “¿En qué creo ahora? ¿Quién soy sin esta fe? ¿Existe un Dios bueno o ninguno?”. En algunos casos puede haber intentos de aferrarse a alguna forma de espiritualidad alternativa, mientras que en otros se cae en un nihilismo o pérdida total de confianza en cualquier sistema de significado.
Asimismo, las emociones hacia lo religioso suelen oscilar entre el miedo y la ira. Miedo, porque quedaron grabadas amenazas de castigo (p. ej., temor al infierno inculcado desde niños) que persisten incluso después de que racionalmente rechacen esas creencias. Ira, porque toman conciencia del engaño y el daño sufrido en nombre de esas creencias – surgiendo indignación hacia la institución religiosa o hacia el abusador que distorsionó la fe.
Esta combinación puede manifestarse en comportamientos que parecen contradictorios: algunos oscilan entre evitar por completo lo religioso y momentos de confrontación (por ejemplo, critican públicamente a la iglesia, participan activamente contra sectas, etc., como una forma de canalizar su ira y buscar justicia, crean asociaciones de lucha). Aunque desde una perspectiva social y de equidad de justicia tienen un impacto positivo, desde el punto de vista médico y psicológico, estas personas están en un estado neurobiológico constante de lucha, lo que las pone en riesgo y les hace sentir que ninguna acción de la institución será suficiente, perpetuando el daño traumático, no resolviendolo.
Otra manifestación de la alteración de creencias es la confusión espiritual. Incluso si la persona no abandona completamente su fe, puede quedarle una teología interna muy conflictiva.
Por ejemplo, puede seguir creyendo en Dios pero con una imagen de un Dios colérico, castigador u opresivo (ya que así se lo retrató el abusador) Esto dificulta que encuentre paz en su práctica religiosa: rezar o meditar puede reactivar angustia en vez de alivio. Alternativamente, puede creer que está “condenada” o indigna de perdón debido a la culpa tóxica inculcada. En resumen, el abuso de conciencia destruye la relación saludable del individuo con lo trascendente, ya sea rompiéndola por completo o envenenándola con miedo y culpa.
La crisis de fe y la aversión a lo religioso son componentes esenciales en el cuadro clínico del trauma por abuso de conciencia. No se trata solo de síntomas psicológicos convencionales, sino de un profundo nivel de herida existencial.
Los terapeutas deben tener en cuenta este aspecto: la recuperación no solo implica tratar la ansiedad o la depresión, sino también ayudar a la persona en la reconstrucción de su sistema de creencias o valores (ya sea encontrando una nueva o real espiritualidad resignificando la anterior de manera más saludable, o creando un marco moral secular propio según cada paciente).
En general, para los pacientes con síntomas de trauma complejo y disociativo, el elemento existencial o espiritual es clave para su tratamiento. El trauma no puede tocar el Alma de una persona. El trauma no puede tocar el espíritu de una persona, y es el elemento esencial de la Persona el que nos proporciona un mapa para reconstruir o curar una mente y cuerpo con daños neurobiológicos complejos.
Así, para una persona cuyo trauma ocurrió en un entorno religioso traumático que la violentó, puede parecer retador el que se le presente una nueva forma de espiritualidad que sea sanadora, compasiva e integradora.
Pasar por alto el componente espiritual podría dejar una parte importante del trauma sin sanar. Por esta razón, algunos autores sugieren que el “síndrome de trauma religioso” sea reconocido explícitamente, ya que combina síntomas de trauma psicológico con esta dimensión religiosa única.
En cualquier caso, es evidente que el rechazo o miedo a lo religioso en estas víctimas es una consecuencia esperada del daño sufrido, más que apatía o desinterés: es un mecanismo de autoprotección frente a aquello que fue utilizado para herirles.
Impacto en Poblaciones Vulnerables y Casos de Abuso Religioso
El trauma por abuso de conciencia puede afectar a personas de cualquier trasfondo religioso, pero ciertas poblaciones vulnerables tienen un mayor riesgo o han sido históricamente más afectadas. Entre ellas se encuentran:
Niños, niñas y adolescentes en entornos religiosos autoritarios: La infancia es un periodo de máxima vulnerabilidad, ya que los menores confían plenamente en las figuras de autoridad para desarrollar sus creencias y valores. Cuando estas figuras – sacerdotes, pastores, catequistas, monjas, etc. – cometen abuso (ya sea sexual, físico o emocional) y lo justifican doctrinalmente, el impacto traumático es doble: al trauma del abuso se añade la distorsión del marco de significado con el que el niño interpreta el mundo. Por ejemplo, investigaciones sobre abuso sexual infantil perpetrado por clérigos católicos han documentado que las víctimas desarrollan no solo síntomas típicos de abuso (miedo, depresión, estrés postraumático), sino un daño espiritual específico que provoca una gama más amplia de efectos negativos como el trastorno disociativo como una forma de afrontar la situación traumática. Estos niños a menudo pierden su inocencia espiritual: lo que era sagrado se vuelve terrorífico o dañino. Además, al ser menores, carecen de recursos para escapar; muchos pasaron años bajo el poder del abusador (por ejemplo, en escuelas o internados religiosos), sufriendo una victimización crónica que encaja en la categoría de trauma del desarrollo.
Sobrevivientes de abuso sexual eclesiástico: En las últimas décadas ha salido a la luz la magnitud del abuso sexual infantil dentro de la Iglesia Católica y otras instituciones religiosas. Estudios y revisiones sistemáticas indican que este tipo de abuso institucional tiene particularidades: las víctimas sienten una intensa traición por parte de una institución supuestamente benévola, y manifiestan altos niveles de pérdida de fe y problemas con la espiritualidad (daño espiritual).
Por ejemplo, una revisión encontró que cerca de la mitad de los estudios examinados mencionaban debilitamiento de la fe religiosa y disminución de la confianza en la iglesia, el clero y Dios en víctimas de abuso por el cleroscielo.cl. Esto sugiere que el impacto va más allá del trauma sexual en sí, afectando la cosmovisión y valores más profundos de la persona. También se han documentado altas tasas de trastornos psicológicos en estas víctimas en comparación con la población general (depresión, estrés postraumático, ansiedad, disociación, etc.), junto con dificultades sociales (aislamiento, problemas de confianza interpersonal) y sentimiento de vergüenza y culpa espiritualscielo.clscielo.cl. Cabe señalar que estas dinámicas no son exclusivas del ámbito católico; también han ocurrido abusos sexuales en congregaciones cristianas no-denominacionales, comunidades evangélicas fundamentalistas, Testigos de Jehová, movimientos pseudorreligiosos, etc., con consecuencias similares para los sobrevivientes.
Creyentes sometidos a abuso emocional y doctrinal en grupos sectarios o de alto control religioso: Muchas personas adultas han experimentado formas de abuso de conciencia en contextos de sectas coercitivas o iglesias con dinámicas espirituales tóxicas. Por ejemplo, miembros de congregaciones donde el pastor controla todos los aspectos de sus vidas (con quién casarse, qué trabajos aceptar, cuánto dinero donar, etc.), o grupos donde se practica manipulación mental (chantaje espiritual, castigos públicos, aislamiento de familiares “no creyentes”). Estos creyentes pueden no haber sufrido abuso sexual, pero sí abusos psicológicos continuos que resultan altamente traumáticos. Se han descrito casos de creyentes que tras años en esas condiciones salen con síntomas similares a prisioneros liberados: ansiedad, fobias, depresión, estrés postraumático complejo, sumado a la dificultad para reintegrarse a la sociedad por haber vivido aislados del “mundo real”.
En ellos también aparece el daño espiritual y la pérdida de identidad, dado que su personalidad quedó suprimida bajo la identidad grupal. Estudios de seguimiento a ex miembros de sectas muestran elevada incidencia de trastornos por estrés postraumático complejo, trastornos disociativos y problemas de adaptación social una vez fuera del grupo.
En general, cualquier persona que se encuentre en una situación de dependencia o confianza extrema hacia líderes espirituales puede ser susceptible al abuso de conciencia. Esto abarca desde monjas o seminaristas jóvenes bajo obediencia estricta (existiendo casos documentados de abuso espiritual y sexual de religiosas, donde superiores han utilizado la fe para explotarlas), hasta creyentes devotos que buscan orientación en momentos de crisis personal y acaban siendo manipulados por falsos gurús o consejeros “espirituales”. Además, las comunidades aisladas o muy cerradas presentan un mayor riesgo, ya que la falta de supervisión externa facilita la instauración de dinámicas abusivas normalizadas.
A nivel epidemiológico, resulta complicado cuantificar la prevalencia del trauma por abuso de conciencia, ya que muchos casos permanecen ocultos por miedo o vergüenza. Sin embargo, los escándalos de abuso clerical en varios países han evidenciado que miles de víctimas han experimentado estas situaciones. Por ejemplo, un informe en Francia (2021) estimó que más de 300 mil menores fueron abusados sexualmente por clérigos católicos desde 1950; y en muchos de esos casos, el encubrimiento institucional implicó un segundo nivel de abuso de conciencia (gaslighting a las víctimas, haciéndolas sentir pecadoras por “tentar” al sacerdote, etc.).
En ambientes evangélicos conservadores en EE.UU., se han revelado redes de pastores abusivos y escuelas religiosas con castigos crueles. Estos datos indican que el fenómeno trasciende denominaciones: no importa la religión específica, el patrón es el mismo – cuando existe un desequilibrio de poder junto a una ideología incuestionable, se crea el ambiente propicio para que ocurra abuso de conciencia con secuelas traumáticas en los fieles.
Los impactos en estas poblaciones vulnerables confirman que el trauma por abuso de conciencia comparte muchos síntomas con el trauma complejo típico (TEPT-C) pero añade la dimensión espiritual. Las víctimas no solo lidian con memoria traumática, ansiedad, depresión, etc., sino con pérdida de fe, ruptura de la confianza básica y aislamiento social. A menudo, tras escapar de la situación abusiva, se sienten descolocados en la sociedad: deben adaptarse a un mundo que antes se les pintó como maligno, sin la red comunitaria que dejaron atrás, y con creencias destruidas. Esto resalta la necesidad de abordar estos casos con una perspectiva integral, que considere los aspectos culturales, comunitarios y espirituales involucrados en la recuperación.
Diferencias con Diagnósticos del DSM-5 y la CIE-11
El "trauma por abuso de conciencia" aún no está reconocido como una entidad específica en los manuales diagnósticos convencionales, como el DSM-5-TR de la APA o la CIE-11 de la OMS. No obstante, guarda relación con varias categorías existentes, especialmente el trauma complejo y el trastorno de estrés postraumático, aunque presenta características distintivas. A continuación, se detallan las principales diferencias y coincidencias con diagnósticos reconocidos:
Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) del DSM-5: El TEPT estándar se caracteriza por la respuesta a uno o varios eventos traumáticos extremos (por ejemplo, riesgo de muerte, violencia severa, desastre) con síntomas como intrusiones, evitación, alteraciones del estado de ánimo e hiperactivación. Aunque algunos sobrevivientes de abuso de conciencia cumplen con los criterios de TEPT, muchos otros no se ajustan completamente a esta definición, ya que sus traumas no provienen de un evento único claramente definido, sino de un abuso crónico, insidioso y de naturaleza psicológica/religiosa.
Por ejemplo, experimentar años de manipulación religiosa no siempre implica una amenaza física concreta que active el criterio A del TEPT, pero aún así puede causar un profundo daño traumático. De hecho, los Psicotraumatólogos (especialistas del Trauma) han criticado que la definición tradicional de trauma (centrada en el peligro físico) no considera situaciones como la coerción o el abuso emocional , que no ponen en peligro la vida pero sí destruyen la integridad psíquica. En resumen, el trauma por abuso de conciencia suele superar el marco del TEPT típico: sus estresores son prolongados y sutiles, y las secuelas abarcan más que el miedo intenso – incluyen vergüenza, pérdida de identidad, problemas interpersonales y espirituales que el diagnóstico de TEPT no captura completamente.
Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPT-C) según la CIE-11: La CIE-11 (OMS, 2018) introdujo el concepto de TEPT Complejo para abordar casos de trauma repetido o prolongado, incorporando, además de los síntomas del TEPT clásico, perturbaciones persistentes en el self y el funcionamiento relacional. Esta categoría se ajusta más a las experiencias de trauma por abuso de conciencia. De hecho, se puede considerar que el trauma religioso o ideológico es una forma de TEPT complejo.
Un sobreviviente de abuso espiritual suele presentar las características principales del TEPT-C: 1) síntomas de trauma (recuerdos intrusivos de abusos, pesadillas, hipervigilancia en contextos similares); 2) alteraciones en la regulación emocional (por ejemplo, explosiones de ira, disociación o entumecimiento afectivo ante temas religiosos); 3) creencias negativas sobre sí mismo (profunda vergüenza, sentimiento de fracaso o de estar “dañado espiritualmente”); 4) dificultades profundas en relaciones (desconfianza hacia figuras de autoridad, aislamiento social tras dejar la secta o comunidad). Todos estos aspectos coinciden con el perfil de TEPT-C según la CIE-11.
Sin embargo, el trauma por abuso de conciencia pone un énfasis especial en la dimensión de creencias: la pérdida de sistema de significado (fe, valores) podría considerarse similar a la alteración del “sistema de significado” descrita por Judith Herman en trauma complejo pero en estos casos está específicamente vinculado a la religión o ideología.
Ningún manual actual menciona explícitamente lo espiritual en los criterios, por lo que ese aspecto sigue sin ser nombrado. En la práctica, un clínico podría diagnosticar a estos pacientes con TEPT-C (CIE-11) o con TEPT más otros trastornos (DSM-5), pero el rótulo no refleja completamente el contenido religioso del trauma.
Trastorno Disociativo de Identidad (TDI) u otros trastornos disociativos: En ciertas situaciones extremas de sistemas sociales de abuso de conciencia o abuso de poder o sexual, la víctima podría desarrollar mecanismos disociativos severos, como la fragmentación de la identidad, para enfrentar el trauma. Esto podría parecer un TDI (anteriormente llamado “personalidad múltiple”). Sin embargo, es crucial distinguir el daño a la identidad propio del abuso de conciencia – donde la persona siente que ha perdido su identidad debido a la sumisión, pero en realidad es un vacío identitario resultante del abuso – de un trastorno disociativo estructurado con partes de la personalidad separadas. En la mayoría de los casos de trauma religioso, la identidad no se disocia en personalidades distintas; más bien, la persona describe que su identidad auténtica quedó reprimida o “robada” por la influencia del abusador. Este fenómeno se comprende mejor como parte de la perturbación de la Identidad en el trauma complejo, no necesariamente como un TDI a menos que existan claros estados de personalidad disociados independientes.
Este fenómeno puede explicar por qué algunas víctimas soportan durante años el sistema social abusivo o al abusador, ya que "una parte de ellos quiere irse" y otra parte les impide hacerlo porque duda de si realmente están fallando en la fe, la vocación o la intensidad de su creencia.
El TDI está marcado por un conflicto interior profundo, en donde la persona dice, Ya no se quien soy, hay muchas "voces", "pensamientos" ( partes de la personalidad) que quieren cosas tan diferentes.
Trastornos Depresivos, de Ansiedad y Somatomorfos: Muchas personas que han sufrido abuso espiritual son diagnosticadas inicialmente con condiciones como depresión mayor, trastorno de pánico, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno psicosomático, entre otros, debido a la variedad de sus síntomas. Aunque estos diagnósticos pueden ser técnicamente correctos, no abordan la causa subyacente.
Como indica Herman, etiquetar únicamente la depresión o el trastorno límite en sobrevivientes de trauma complejo “oculta el origen real de sus padecimientos”. De manera similar, diagnosticar solo depresión o ansiedad en alguien que ha sido sometido a manipulación sectaria durante años no revela el trauma relacional y abuso de conciencia subyacente. Es esencial que los profesionales examinen el contexto de creencias y abusos en la historia del paciente; de lo contrario, corren el riesgo de medicalizar síntomas sin entender que son reacciones a un trauma específico. En este sentido, se ha propuesto en la literatura reconocer formalmente el Síndrome de Trauma Religioso (Religious Trauma Syndrome, RTS) como un cuadro compuesto que explique estas presentaciones clínicas únicas (Winell, 2011; Oakley, 2013). Aunque RTS no es un diagnóstico oficial, captura la idea de un conjunto de síntomas concurrentes (ansiedad, depresión, problemas de identidad, disfunción espiritual) causados por experiencias religiosas traumáticas, pero deja de fuera indicadores básicos para evidenciar el daño traumático de la experiencia.
En resumen, el trauma por abuso de conciencia se superpone considerablemente con el concepto de TEPT complejo, hasta el punto de que debe considerarse como una expresión particular del mismo.
No obstante, añade una dimensión de contenido religioso/ideológico que no está explícitamente contemplada en el DSM-5 o la CIE-11. El DSM-5-TR no reconoce un diagnóstico de "trauma religioso" (aunque incluye el código Z65.8 "problemas relacionados con otras circunstancias psicosociales, como crisis religiosa o espiritual" de manera descriptiva, no como trastorno)
La CIE-11, por su parte, legitima el TEPT-C, pero nuevamente sin mención específica de la temática de creencias. Esto presenta desafíos en el diagnóstico: los clínicos deben utilizar categorías existentes (TEPT, TEPT-C, trastorno adaptativo con factores religiosos, etc.) para codificar estos casos, corriendo el riesgo de subestimar el papel central de la ideología en la etiología del trastorno.
De ahí la importancia de una evaluación clínica contextual: más allá del diagnóstico formal, comprender que estamos ante un trauma complejo con daño espiritual guiará mejor el tratamiento aunque no haya un nombre oficial perfecto en el manual.
Estrategias de Tratamiento y Recuperación
El tratamiento del trauma por abuso de conciencia debe abordarse desde una perspectiva integral y sensible, ya que es un trauma complejo que abarca no solo síntomas psicológicos tradicionales, sino también daños morales, relacionales y espirituales. A continuación, se detallan estrategias clave de tratamiento, centradas en restaurar la autonomía personal, reconstruir creencias saludables y facilitar la reintegración social del sobreviviente:
1. Establecer Seguridad y Recuperar la Autonomía Personal: Como ocurre con cualquier trauma, el primer paso es crear un entorno seguro y de confianza, que permita que un proceso terapéutico prospere. Muchas víctimas de abuso espiritual han sido traicionadas por figuras de cuidado, por lo que es fundamental desarrollar una alianza terapéutica auténtica. El terapeuta debe validar la experiencia del paciente, reconociendo que lo que sufrió fue real y grave, especialmente porque estas personas a menudo han sido desacreditadas o minimizadas (por la institución religiosa, familiares creyentes, etc.). Una vez asegurada la confianza básica, se trabaja en empoderar al individuo para que recupere su sentido de control. Esto implica fomentar la toma de decisiones autónomas en terapia (por ejemplo, acordar conjuntamente las metas, ritmos y técnicas, devolviéndole agencia). Las técnicas de psicoeducación son útiles: explicar cómo el abuso afectó sus mecanismos de afrontamiento y que sus reacciones (miedo, evasión, ira) son respuestas esperables al trauma ayuda a disminuir la autocrítica y a normalizar sus síntomas. Asimismo, se entrenan habilidades de autorregulación emocional (respiración, mindfulness, grounding) para que la persona aprenda a manejar la ansiedad y los recuerdos intrusivos, recuperando dominio sobre su cuerpo y mente. Un objetivo central en esta fase es romper la asociación de obediencia ciega: es necesario reforzar constantemente que ahora él/ella tiene el poder de decir “no”, de poner límites y de cuestionar cualquier creencia o indicación, incluyendo las del propio terapeuta. Esto contrarresta años de daño a la sumisión( una acción de sobrevivencia del sistema nervioso del congelamiento sumiso). Poco a poco, el sobreviviente empieza a reconstruir su autoeficacia: la creencia de que puede cuidarse a sí mismo y tomar decisiones por su propio bien, sin sentirse culpable ni temer castigos imaginarios.
2. Procesamiento del Trauma y Reconstrucción de Creencias: Junto con la estabilización, es crucial tratar terapéuticamente las memorias traumáticas y las creencias distorsionadas derivadas del abuso doctrinal. Terapias centradas en el trauma, como la Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR), pueden ser personalizadas para estos casos. (ver protocolo de EMDR específico para Trauma por Abuso Religioso, de poder, de conciencia o sexual en contextos religiosos)
El objetivo es ayudar al paciente a narrar y procesar lo vivido, integrándolo en su biografía sin desencadenar emociones intolerables. Durante este proceso, se examinan y cuestionan las cogniciones negativas centrales disfuncionales inculcadas por el abuso.
Por ejemplo: “Si desobedezco, soy malo y merezco castigo” o “Fuera de la comunidad no valgo nada” son creencias que deben ser identificadas y reemplazadas por perspectivas más saludables (“Tengo derecho a decidir; mi valor no depende de ese líder/grupo”). Un aspecto sensible es la reconstrucción del sistema de creencias o espiritualidad.
Esto varía según cada individuo: algunos querrán sanar su fe (por ejemplo, volver a creer en Dios pero de forma diferente), mientras otros optarán por dejar atrás la religión y construir un marco de valores secular. El terapeuta debe respetar y apoyar cualquiera de estos caminos, sin imponer su propia agenda.
Se sugieren intervenciones como: psicoterapia de duelo, terapia existencial (explorar nuevas fuentes de significado y propósito de vida tras la pérdida de la fe antigua) y asesoramiento o dirección espiritual alternativo en caso de que la persona busque reconciliarse con alguna forma de espiritualidad más segura.
En algunos casos, puede ser útil conectar al sobreviviente con comunidades religiosas con espiritualidad mística, contemplativa o de nuevas formas de espiritualidad, o grupos de apoyo espiritual no abusivos, para que experimente que es posible una vivencia de fe sin maltrato – solo si el paciente lo desea y se siente preparado, por supuesto.
En otros casos, se trabajará el enojo como parte del proceso de duelo: duelo por la “pérdida de Dios” o de la cosmovisión previa. Acompañar este duelo es crucial; el profesional valida la tristeza, la rabia y la confusión que emergen, y guía a encontrar nuevos valores y convicciones propias. Estudios clínicos indican que en el tratamiento de la desilusión institucional religiosa es beneficioso facilitar un espacio empático donde la persona pueda explorar nuevas formas de espiritualidad o reconstruir un sentido de propósito y valores fuera de la institución anterior.
Esto puede implicar, por ejemplo, ayudarle a rescatar aspectos positivos de su identidad (moral, cultural) independientes del abusador, o identificar qué cree ahora sobre temas éticos fundamentales y qué le da esperanza, delineando así un nuevo marco de creencias libremente elegido.
3. Apoyo Psicosocial y Reintegración Comunitaria:
El aislamiento y la ruptura de lazos sociales que suelen acompañar al abuso de conciencia hacen que la reintegración social sea fundamental en la rehabilitación. Muchos sobrevivientes emergen de la experiencia traumática sintiéndose solos en el mundo – tal vez su familia biológica los excluyó por dejar la secta, o perdieron a todos sus amigos que permanecieron en la iglesia.
En terapia, es esencial trabajar de manera intencionada en la reconstrucción de redes de apoyo. Una estrategia eficaz es conectar al paciente con grupos de apoyo de pares, como grupos de “ex miembros de X secta”, comunidades de ex-fundamentalistas, foros de personas con trauma religioso, etc. Compartir experiencias con otros sobrevivientes rompe la sensación de rareza o incomprensión (“no estoy loco, a otros les pasó lo mismo”) y ofrece un nuevo sentido de comunidad basado en el apoyo mutuo, no en el control.
Esto puede hacerse de manera gradual, según la disposición de la persona. Además, la terapia ocupacional y las actividades grupales (educativas, artísticas, deportivas) en entornos laicos pueden ayudar a la persona a exponerse nuevamente al mundo externo y desarrollar habilidades sociales fuera del grupo religioso. Al principio, puede haber torpeza social, paranoia o desconfianza (por ejemplo, no saber si es apropiado hablar de ciertos temas, temor a ser juzgado); el terapeuta puede realizar role-playing de situaciones cotidianas y ofrecer psicoeducación en habilidades sociales básicas para facilitar la adaptación.
Otro aspecto es fomentar la reconciliación con familiares o amigos que quedaron al margen durante el aislamiento, si es viable y saludable. Muchas veces, padres o antiguos amigos están dispuestos a apoyar al sobreviviente una vez que sale; restaurar esos lazos proporciona anclaje emocional. Cuando no hay familia disponible, encontrar mentores o referentes positivos (un profesor, un jefe comprensivo, etc.) puede compensar en parte la falta de figuras de apoyo. En términos de identidad social, se anima al individuo a desarrollar un nuevo sentido de pertenencia: puede identificarse como estudiante de una carrera, como voluntario en una ONG, como miembro de un club de lectura – cualquier rol social elegido libremente que le devuelva una identidad digna ante los demás, diferente a “ex-miembro de secta” que suele generar estigma.
Finalmente, el enfoque comunitario puede incluir psicoeducación en las comunidades religiosas cuando es posible: por ejemplo, si la persona se integra a una iglesia más saludable, trabajar con esa comunidad para que comprendan el trauma religioso y ofrezcan un entorno de aceptación, evitando discursos que puedan retraumatizar. Compassion ofrece un modulo final para las Comunidades que quieren prevenir, detectar y tratar sistema social abusivo, enfocado a crear una comunidad segura donde una Fe genuina puede fructiferar.
4. Enfoque Terapéutico Sensible a lo Espiritual:
Varios autores destacan la importancia de que los profesionales de la salud mental estén capacitados para identificar y tratar el trauma religioso con sensibilidad cultural. Esto implica que el terapeuta, aunque no sea experto en teología, debe conocer la terminología religiosa relevante para el paciente, comprender el contexto doctrinal del que proviene y no invalidar la dimensión espiritual de sus experiencias. Un enfoque efectivo es la terapia basada en el perdón y la reconciliación, pero es crucial no presionar al perdón hacia el agresor, ya que eso sería revictimizante. En su lugar, se debe trabajar el perdón hacia uno mismo y la reconciliación con uno mismo y con lo trascendente. Muchos sobrevivientes llevan una gran culpa, creyendo que “fallaron” a Dios o a su comunidad; ayudarles a perdonarse y a entender que fueron víctimas y no culpables es sanador.
Asimismo, si la persona desea sanar su relación con la espiritualidad (ya sea reencontrando una fe o hallando paz sin ella), el terapeuta puede incorporar técnicas de terapia espiritual o colaborar con consejeros pastorales entrenados en no coerción. Por ejemplo, algunos encuentran útiles los rituales de cierre, como ceremonias simbólicas de “liberación” (escribir y quemar las doctrinas dañinas, etc.), o prácticas contemplativas seguras (meditación mindfulness en lugar de las oraciones punitivas que conocían). Lo fundamental es que cualquier intervención en este sentido debe ser guiada por el paciente —sus creencias y deseos— y nunca imponerle un sistema de creencias nuevamente.
El objetivo final es que la persona alcance una Integración personal: integrar su pasado (reconociendo lo que le ocurrió, pero sin dejar que lo defina por completo), restablecer un sentido de sí misma como individuo autónomo y valioso, y tener una visión de futuro con esperanza y propósito propio. Este proceso puede llevar tiempo y no es lineal, ya que las heridas de conciencia son profundas; sin embargo, con el apoyo adecuado, muchos logran “renacer” psicológicamente fuera del yugo que los oprimía. Según un enfoque, la recuperación completa podría implicar encontrar un nuevo significado y conexión, ya sea a través de una espiritualidad renovada o de valores humanistas, que permitan a la persona sentirse plena sin revivir el trauma.
En resumen, el tratamiento del trauma por abuso de conciencia combina lo mejor de las terapias de trauma complejo (seguridad y estabilización, procesamiento del trauma, integración) con una atención explícita a la dimensión moral-espiritual y relacional. Es un trabajo que requiere paciencia, empatía y, a menudo, especialistas terapéuticos, pero los resultados pueden ser transformadores. Ex-adeptos que al principio estaban heridos e indefenso pueden, tras su proceso terapéutico , reconstruir una vida libre y auténtica, donde sus creencias (sean religiosas o no) les pertenezcan verdaderamente a ellos y no a un perpetrador. La recuperación de la autonomía se evidencia cuando el sobreviviente siente que vuelve a ser “dueño de su mente y su alma”, el replanteamiento de creencias se refleja en una cosmovisión escogida en libertad (aunque aún esté en desarrollo), y la reintegración social se concreta cuando la persona establece vínculos sanos y encuentra su lugar en la sociedad, más allá de la identidad de víctima. Este recorrido de salida de la opresión hacia la libertad personal es posible y constituye el núcleo de la sanación en el trauma por abuso de conciencia.
Conclusiones
El Trauma por Abuso de Conciencia es una forma severa de trauma complejo que ha empezado a ser reconocido en el ámbito clínico debido a la necesidad de abordar las secuelas de abusos religiosos y doctrinales.
Aunque no está formalmente definido como diagnóstico, tampoco es su objetivo. La intención es proporcionar una guía que ayude a los profesionales de salud mental especializados en Trauma a identificar el daño en sus pacientes para lograr un proceso clínico más efectivo.El Trauma por Abuso de Conciencia incluye un conjunto bien definido de síntomas y heridas: daño a la identidad y a la conciencia moral, alteración profunda de creencias, crisis espiritual y diversas dificultades psicológicas típicas del trauma crónico (TEPT complejo).
Su origen se encuentra en relaciones de poder abusivas donde la fe, la religión o la ideología se utilizan como herramientas de dominación, combinando dimensiones psicológicas y espirituales. Es esencial distinguir este trastorno de otros para evitar infradiagnósticos o tratamientos incompletos; la inclusión del TEPT Complejo en la CIE-11 es un avance, pero aún se requiere mayor visibilización del trauma religioso en la práctica clínica.
Afortunadamente, las estrategias terapéuticas actuales para el trauma complejo, adaptadas con sensibilidad cultural y espiritual, ofrecen caminos efectivos de recuperación.
El tratamiento clínico implica empoderar al sobreviviente para que recupere su autonomía, resignifique sus creencias según su propia brújula y se reconecte con apoyos sociales libres de coerción.
Esto le permite no solo superar los síntomas, sino reconstruirse como una persona íntegra y dueña de sí misma, reparando en lo posible las heridas en su conciencia y sentido de sí mismo.Se espera que con más investigación y difusión, el trauma por abuso de conciencia obtenga reconocimiento científico y social, permitiendo a las víctimas nombrar su experiencia y acceder a la ayuda especializada que merecen.
La validación de su sufrimiento, al igual que ocurrió con las víctimas de abuso sexual en el pasado, es fundamental para que se sientan legitimadas en su proceso de sanación. En definitiva, integrar la comprensión de estos casos en la psicología actual nos permite atender de manera más completa el daño humano en todas sus facetas, incluyendo aquella tan íntima y sagrada para muchos como la conciencia y la fe.
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